Un adiós de medianoche




















Habitamos esa atmósfera,
atravesamos lo grave de mi agudo.
Éramos hielos adornando cuellos,
resbalando lentos en gotas llenas de vida.
Acariciamos cielos,
mancos de tantas caricias,
sembrando nubes en firmamentos yermos.
Fuimos estrella fugaz,
diluidos en deseos ajenos.

Y concluimos en un para siempre
[inacabable agonía de los cuerpos]

que nos depositó en un ahora
demasiado finito como para despreciarlo.

Besando todas mis miserias
alteraste los polos de mi mirada
sellándolo todo con saliva,
que es la diosa de las almas.

Y llegó, otra vez, un final sin letras
que anidó cobarde en mi almohada,
que se derritió suave en mi boca,
que fue cómplice de todas tus sospechas.
Paralelas que se dieron cuenta
que el vacío entremedio es dulce si lo dejan.