Era una de esas horas intangibles de la madrugada, en que los sonidos diminutos se metamorfosean en ecos de soledades compartidas. Yo seguía con mi insomnio repentino y arbitrario de los jueves, frente al blanco resplandor intermitente del monitor. Estaba buscando lo que no podía encontrar deshaciéndome en fútiles comentarios inteligentes, para otros tan estúpidamente intelectuales como yo. Pero yo no soy ella. Ella está del otro lado, en un lado que quizás sea diferente al mío pero que seguramente es igual. Discutíamos sobre política y demáses sin poder llegar a un acuerdo. Ella siempre me sale con sus utópicas ideas revolucionarias burguesas y yo que le hablo de la praxis misma de lo posible. Pero ojo que yo no soy yo, soy nosotros. Un nosotros que aparenta homogeneidad ideológica.

Ahí estaba, en esas horas de insoportable lucidez parafraseando autores caducos y perennes, filosofías baratas y zapatos de goma como dice una canción bastante popular. Estaba en ese estado metafísico en que el cuerpo se separa de la conciencia. Una enajenación digna de Marx y de Engels. “Puedo escribir los versos más tristes esta noche” pensé y me reí de nosotros mismos, porque ya dije que yo era nosotros. Y digo nosotros porque nos caben muchos nombres, alter egos diseminados dentro de un mismo cuerpo. Y después me vienen con eso de que dos cuerpos no pueden ocupar un mismo espacio, tal vez no dos cuerpos… pero sí infinidades de Egos.

Ya no sé a lo que iba. Ah, ahora puedo recordarlo nítidamente. Estaba frente al resplandor intermitente del monitor discutiendo banalidades con Ella en ese otro lugar hipotético. Y me imaginaba como sería su voz, su rostro, sus expresiones de furia ante mis contestaciones ensayadas en mi cabeza. Pero tal vez Ella no estaba enfurecida, solo escribía mecánicamente frente al resplandor de otro monitor. Perdón, me estoy perdiendo otra vez entre los laberintos de mis pensamientos, escapando por una de mis tangentes.

Lo que quiero contar creo que ya no tiene demasiada importancia, pero Ella lo va a entender. Yo le dije que quería, qué quería. Argumenté mis oraciones con palabras dignas de un sofista. Y Ella sin más vueltas ni firuletes me lo dijo “a la cara”: No, yo necesito identidades. ¿Cómo explicarle de nosotros, de los muchos yo que involucran esas identidades? ¿Cómo hacerle comprender que las identidades que busca ni yo las conozco? Argumenté nuevamente con una retórica irrefutable, pero Ella se mantuvo firme. Identidades, condición sine qua non.

Las frustraciones pueden ser dulces a esas horas esotéricas de la madrugada, descubrí gracias a Ella. Ella que tampoco tiene cara, ni cuerpo, ni nombre y me pide identidades. Gracias a Ella.

1 comentario:

  1. porq tardaste tanto en publicar algo así!? es maravillosa la catarsis relaizada, expresada una joyita!!!

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