Sexo


Ella tan etérea que apabulla, tan sólida que marea, se le acerca. Él la mira de lejos sabiéndola temible, jugosa, carnal... puro espíritu. Dos cuerpos estrellándose estrepitósamente desparramando colores. Y las letras de una palabra que no se pronuncia, las letras de una palabra que se come. Los molares de una boca acariciada por una lengua, lengua que se relame en el néctar mismo de su placer. Y el dedo, junto con aquel oblicuo rayo inerte que tajea la piel, dibujan figuras -ya muertas- de un pasado atemporal, de un presente histórico. Dibujan, otorgan perdurabilidad al impaz sostenido en sol mayor. Sol revuelto en melazas de un cielo a la interperie Ella tan jugosa que ahoga los paladares Él tan impetuoso que arremete contra los mares. Un recorte de un cuerpo entremezclado con los restos de otro cuerpo bendito. Se pierde la importancia pero se gana en precisión. Sólo un recorte de un cuerpo sin importancia la precisión de ubicarlo en lo cóncavo de su convexo. Magia irrevente jugando a la escondida a la hora de la siesta.

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